El fin del cine gay

Por: Irving Javier Martínez (@IrvingJavierMtz)
En 2013 se estrenó Los amantes pasajeros de Pedro Almodóvar y -según él- se trata de la película más gay de su filmografía. La recepción del público fue irregular y la crítica especializada la destrozó. En la era post-Franco, el realizador español fue catapultado a la fama por un estilo estridente, propio de la “emergente” comunidad homosexual. A treinta cinco años de su ópera prima, el estilo almodovariano se convirtió en un síntoma del fin de la vieja escuela del cine LGBT (TTIQ).
Sin una clasificación sobre el tópico, se pueden distinguir características de esta industria de nicho (derivado principalmente del cine independiente estadounidense): gusto por meter en dos horas mucho pop, musculosos de nervios y tramas cursis de fácil entendimiento (por ejemplo, cualquier película de Matthew Montgomery). Paralelamente, la aparición de premios como el Teddy en Berlín (el primero en 1987, entregado a La ley del deseo) y la Queer Palm en Cannes demuestran que el cine sobre diversidad sexual puede tener una trascendencia artística, más allá del orgullo de identidad.
A pesar la existencia de filmes “clandestinos” para chicos (atención, chicas no), en el cine oficial se abordó la homosexualidad de forma ambigua y retorcida ¿El abrazo entre mujeres de All about Eve (1950) es un signo de lesbianismo? Brick ¿Por qué lloras tanto por tu amigo? ¿Qué pasó entre Rebecca y la loca Danvers? Los setenteros intentos por mostrar el mundo “real” fueron incómodos para la comunidad y los críticos. Los razzies para Cruising (1980) de Friedkin son muestra de un inmaduro público. La homosexualidad era un tema trágico -tipo Philadelphia (1993)- y personajes como Tom Ripley fueron retratados con culpa y remordimientos… por cierto, hasta entonces, las lesbianas no existen.
Como siempre, lo nuevo llega del extranjero. Cintas como Taxi Zum Klo (contemporánea de Cruising) llevan a la pantalla el día a día de chicos gay. Sin embargo, el gran paso lo dio Fassbinder y aunque el cine alemán hablaba abiertamente sobre homosexualidad, el enfant terrible llegó para profundizar sobre la hipócrita sociedad –un Pasolini germano-. Con Las amargas lagrimas de Petra von Kant (una retorcida All about Eve) demostró que entre mujeres se quiere con intensidad y locura hasta morir. Por primera vez, el espectador conocía la existencia del amor sin límites en el mundo LGBT. Poco a poco se fueron sumando más nombres: Gus Van Sant y su Shakespeare homoerótico, el Hong Kong romántico de Kar Wai, el ambiente festivo de Eytan Fox, el musical lésbico de Ozon y el banquete de bodas de Ang Lee. El último, con Secreto en la montaña (2005), condenó a muerte al “cine gay”.
LA ERA POST-GAY
En el cine, la homosexualidad era frivolidad, culpa y confusión. Los dilemas morales y trágicos desaparecieron con Secreto en la montaña, filme que “exigió” ver “lo gay” como un tema serio y cotidiano. Previo, Stephen Daldry adaptó Las Horas (2002) y construyó un film sobre el amor femenino en todos los niveles, un verdadero tratado sobre el lesbianismo (superada después por The Kids are All Right, 2010). Con los años, las obras maestras con temática gay se multiplicaron… y de qué forma. En la actual década, esos títulos son catastróficamente reveladores sobre la condición humana.
Ira Sachs es quizás el mejor representante de ésta nueva era. Keep the Lights On (2012) es de los primeros dramas “épicos” sobre el nacimiento de un romance y el desamor en su más cruel expresión. El retrato de Sachs no aturde con palabrería rosa; es discreto, refinado y sin rodeos como ayer lo fue la británica Queer as folk. Al igual que La vida de Adèle (2013), la rapidez de las relaciones permite reflexionar sobre la decepción y las “nuevas” formas de querer. En Weekend (2011) o I Want your Love (2012) los personajes están en constante introspección sobre sus emociones, con el único fin de disfrutar cada segundo. Al ser los sentimientos más ambiguos y volátiles, los largometrajes son perturbadores por mostrar los patéticos limites del amor (como la escena del hotel en Keep the Lights On).
La relación freudiana madre/hijo es recurrente. El filme Les garcons et Guillaume a table (2013) se convirtió un éxito por la risible convivencia del protagonista y su progenitora (ambos interpretados por Guillaume Gallienne). Para evitar los malos rollos teóricos e intelectuales, la comedia es un buen género para hablar del gay contemporáneo; ejemplos: Mine Vaganti (2010), Let My People Go! (2011) y todo proyecto de Honoré. La violencia también es válida. Los amores destructivos de El desconocido del lago (2013) y Vic + Flo ont vu un ours (2013) cruzan la barrera del cine invisible para convertirse en verdaderos thrillers sin piedad al espectador.
Más allá de la sexualidad, la vida lésbico/gay permite criticar a la sociedad y sus instituciones. En Dupa dealuri (2012) y W imie… (2013) se cuestiona teológicamente la bestialidad de creencias extremistas. Las cenas en La vida de Adèle crean un panorama social de la tajante diferencia económica y cultural en primer mundo. Casualmente, el cine post-gay también coincide con el boom de experimentos narrativos como el insuperable anticlímax de El desconocido del lago (2013), los dramas pseudo-históricos como Adiós a la reina (2011) o Saint Laurent (2013) y el realismo mágico de Contracorriente (2012).
En conclusión, las coreografías al ritmo de I’m So Excited y los atléticos cuerpos insaciables han caducado en el séptimo arte. Directores como Bruce LaBruce (quién de pronto se pierde) o Yann Gonzalez han explorado la poesía para contrarrestar la ignorancia del exceso, propia de la estética gay. Los espectadores han asimilado la diversidad sexual y el morbo por lo diferente disminuye lentamente. El cine post-gay aun se encuentra en construcción, pero propuestas maduras como Hoje Eu Quero Voltar Sozinho (2014) o Pride (2014) demuestran que se va por buen camino.
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