La caída del slasher: el declive de la fórmula

Peter Kürten, dedicado padre de familia, se comportó siempre de manera ejemplar en casa. Sin embargo, fue uno de los asesinos seriales más despiadados de la década de los 20: desollaba niños para llegar al orgasmo. Su modus operandi le valió el apodo de “El vampiro de Dusseldorf” e inspiró la obra maestra de Fritz Lang titulada M (1931), primer filme que abordó la temática del asesino en serie.
Joya controversial del séptimo arte, M se ha consolidado como una película resistente al paso del tiempo. Gracias a la magnífica interpretación de Peter Lorre, quien sentó un precedente en cuanto a la representación del psicópata, personaje en apariencia común; monstruo humano capaz de lo inimaginable, base de las creaciones posteriores de cineastas de la talla de Alfred Hitchcock, realizador que potenció el género con Psycho (1960). Hitchcock retó al espectador mediante el manejo de cámara y los cortes vertiginosos en la escena de la ducha, forzó al público a sumergirse en la psique del asesino, dejando cada puñalada a la imaginación de los asistentes a la sala.
La historia de Norman Bates provocó la aparición del slasher, subgénero del cine de terror cultivado magistralmente en Italia, con el llamado giallo, cuyos principales exponentes son Mario Bava con Seis mujeres para el asesino (1964) y Dario Argento con El pájaro de las plumas de cristal (1970). Sus obras contribuyeron a la conformación de una fórmula no siempre bien ejecutada y que se ha explotado hasta el cansancio, a veces con grandes resultados, a veces con obras deplorables.
Algunos componentes del slasher son: voyeurismo masculino vinculado con la perversión sexual del asesino, quien curiosamente funge como un justiciero social. ¿En qué sentido? Su blanco principal por lo regular es una mujer con sexualidad transgresora, las figuras de autoridad son incapaces de erradicar al asesino y protegerla. El homicida se ayuda de artilugios fálicos (el cuchillo como ejemplo común). Este elemento (el proceder del asesino) es analizado por los personajes que le persiguen desde una postura psicoanalítica, o al menos eso se pretende.
Como todo género, el slasher muta filme tras filme, se añaden detalles y se modifican otros ligeramente. Y es uno de sus exponentes quien inaugura a mediados de los 90 el llamado Neoslasher. Wes Craven guiado por la pluma de Kevin Williamson dirige Scream (1996), en la cual, fanáticos del cine de terror inician una carrera homicida de conclusión trágica.
El asesinato por imitación, eterno debate del cine de terror, ¿será que estas películas sirven para inspirar las atrocidades que en ellas presenciamos? Scream y la sencillez de su trama son un ejemplo contundente. Williamson desarrollará también el drama en Sé lo que hicieron el verano pasado (1997), cinta que se diferencia de Scream sólo por la motivación del antagonista, quien mata por venganza, por el resto, es mera repetición de la receta.
Ambas propiciaron una serie de películas insufribles e innecesarias. Un caso opuesto pero paradigmático es Chucky (1988), cuya trilogía principal es aceptable, empero su cuarta entrega La novia de Chucky agota la serie. Haciendo un uso pésimo de lo propuesto por otros grandes directores, el subgénero se agota y cada vez se perciben menores atisbos de genialidad, de innovación. Pareciera que el slasher ya ofreció a sus mejores exponentes, cuyas obras ya forman parte de la historia del séptimo arte.
Gerardo Herrera
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